La
conducta humana es el resultado de la acción de nuestro cerebro. En su
realización siempre interactúan aspectos, uno neurológico y otro psicológico
(en conjunto podría denominarse como psicobiológico), y aunque académicamente
se estudian por separado, en realidad es un único proceso cuya manifestación
son los hechos que realizamos. La Neurología y la Psicología son dos ciencias
que estudian lo mismo (el cerebro humano), aunque en realidades del mismo muy
diferentes. Pero tal separación, al menos en sus fundamentos básicos y
generales, es una ficción académica, lo que puede confundir o limitar la
comprensión de la realidad que su funcionamiento significa.
Pero
todo estudio implica una racionalización del problema, y lo
primero que hay que realizar es una parcelación de todos los componentes o
aspectos teóricos para poder así realizar su análisis mejor. Sin embargo, se
nos presentan dos problemas. Primero, que toda separación conlleva una perdida
de información y, por tanto, una limitación e nuestro estudio. Segundo, el
amplio desarrollo de cada disciplina olvida muchas veces que la separación fue
un método de estudio, pero que hay que volver a reunificar los datos alcanzados
independientemente para poder conocer mejor el tema en estudio, En este caso la
manifestación conductual del cerebro. Este es uno de los problemas que menos se
han solucionado, pues todo pasa por la elaboración de trabajos interdisciplinarios
ampliamente elaborados y contrastados entre todas las ciencias utilizadas. En
este sentido, todo estudio interdisciplinario del cerebro necesitaría estar
correlacionado con una teoría evolutiva que justificase sus características
psicobiológicas (Biología evolutiva, Genética y Embriología). Igualmente, habría
que integrar aquellas ciencias que estudiasen los hechos que hicieran posible
el desarrollo psicobiológico del cerebro (Sociología, Lingüística, Demografía,
etc.). En este pequeño trabajo solo me dedicare a señalar someramente a
resaltar unas nociones básicas de la psicobiología humana en sus aspectos
neurológico y psicológico.
Aunque
hay que considerar al cerebro como un órgano de gran integración funcional
entre todos sus componentes, es en la corteza cerebral donde se ubican
importantes centros neurológicos que van a promover los procesos cognitivos que
nos caracterizan, además de ubicar las áreas del control motor y de la
percepción sensitiva de nuestro organismo.
I.
- La corteza cerebral
La corteza cerebral o córtex es la
superficie del cerebro compuesta por neuronas, las cuales se agrupan funcionalmente.
La unidad funcional del córtex corresponde a la llamada columna o módulo cortical,
formado por un conjunto de minicolumnas (unidad básica de la
corteza cerebral, se extienden perpendicularmente a la superficie del córtex
como una cadena estrecha de 80-100 neuronas desde las capas II a la VI)
interconectadas entre sí y compartiendo funciones comunes (Florez, et al.1999).
* Estructuras funcionales. La consecuencia definitiva de la
capacidad sináptica o de conexión entre las neuronas que componen el córtex es
la de formar redes neuronales. Su regulación se debe principalmente a la
llegada de estímulos nerviosos o a la ausencia de los mismos, siendo la forma
más directa en el que el medio ambiente influye sobre el cerebro. También es de
notar los efectos de la dieta, del estrés, de enzimas, de hormonas y de las
lesiones (pérdida parcial de neuronas), en la organización de las conexiones
sinápticas al formar estructuras neurales. Esta capacidad perdura durante toda
la vida, siendo el soporte neurofisiológico de los procesos cognitivos del
adulto (Florez, et al. 1999; Kandel et al. 1995).
* Áreas corticales. No toda la
superficie del córtex tiene la misma funcionalidad, y no son superficies completamente definidas en su extensión y ubicación por la genética del individuo. Existe cierto grado de variación,
en función de las aferencias sensoriales y motoras (estímulos exteriores e
internos que reciben, siendo la base de su configuración funcional), por lo que
la topografía del córtex humano presenta notables diferencias de localización y
extensión de tales áreas (Florez, et al.
1999; Kandel et al.).
Dependiendo de la naturaleza de las aferencias y
eferencias que presenta cada área, pueden establecerse grupos de diferente
localización y distinta funcionalidad (Luria, 1974, 1979):
- Áreas primarias o de proyección. Corresponden a las zonas
corticales que reciben la información
modulada por los órganos sensoriales externos (vista, oído, gusto, tacto
y olfato) e internos
(sensibilidad propioceptiva), y las
áreas motoras que controlan directamente los músculos del cuerpo.
Presentan una correlación muy intensa con las zonas anatómicas que controlan,
por lo que todo aumento corporal deberá
de corresponder con un aumento paralelo de estas áreas de control. No
obstante, el uso y desuso de ciertas partes corporales relacionadas con estas
áreas, con independencia de la causa
que lo produzca, modifica la extensión de su superficie correspondiente,
ya sea sensitiva o motora (Kandel et al.
1995). Estas áreas pueden verse en el mapa citoarquitectónico de Brodmann,
correspondiendo con los siguientes lóbulos cerebrales.
- Áreas secundarias o de asociación. Corresponden a las zonas adyacentes a las áreas primarias
de proyección. Se considera que presentan alguna especificidad modal, es decir,
que representan un centro de procesamiento de mayor nivel para la información
sensorial específica que llega al área primaria. Reciben aferencias de sus
correspondientes áreas sensoriales primarias, o desde otras áreas sensoriales
secundarias del mismo sentido. Esta información modal específica, viene a
integrarse en un todo significativo en sus correspondientes zonas del mapa
citoarquitectónico de Brodmann.
- Áreas terciarias de asociación. Se sitúan en los bordes de
las zonas secundarias anteriores y en ellas desaparece toda actividad modal, es
decir, sensorial o motriz directa. Son zonas corticales en las que coinciden varios
campos sensoriales, recibiendo información de múltiples zonas, como son
los núcleos talámicos (que reciben
proyecciones de otras áreas corticales); de la corteza sensoria y motora, fundamentalmente a través de la corteza
sensorial secundaria; de otras áreas de
asociación cortical, tanto de su
hemisferio como del contralateral.
Dentro
de la superficie cortical del cerebro las áreas
de asociación terciarias son
las que más han aumentado en la evolución humana y mayor importancia tienen en
la conducta. Así, todo desarrollo cerebral que no se acompañe de un
proporcional aumento corporal va a producirse principalmente a expensas de
estas zonas corticales. Son áreas donde se producen los procesos cognitivos
propios de nuestra conducta, dando conductas superiores, complejas y
conscientes.
En
la conducta humana cobra especial interés el lóbulo
frontal, pues es donde se localizan las capacidades cognitivas
fundamentales relacionadas con el control y desarrollo de nuestra conducta en
general, aunque
siempre teniendo en cuenta que el cerebro actúa como una unidad funcional
integrada. Este lóbulo tiene dos áreas funcionales perfectamente conocidas; las
zonas más posteriores o áreas motoras (primarias) y premotoras (secundarias),
donde se sitúa el control voluntario de nuestra motilidad; mientras que las
áreas más anteriores o frontales serían las de asociación terciaria (Luria,
1974, 1979) con funciones cognitivas superiores, constituyendo el lóbulo prefrontal (LPF).
En
el ser humano adulto el LPF constituye un tercio del total de la superficie del
córtex, estando sus propiedades cognitivas relacionadas con la superficie y
características funcionales de sus componentes corticales. Se está empezando a
conocer que la diferencia neurológica existente entre el ser humano y el resto
de los primates pudiera estar en el aumento localizado de algunas áreas de la
zona prefrontal (Semendeferi y Damasio, 2000). Un ejemplo sería el caso del
área 10 del LPF (relacionado con la iniciativa y la planificación de futuras
acciones ejecutivas) del mapa citoarquitectónico de Brodmann, teniendo los
humanos modernos una superficie mucho más amplia que los demás primates. Sin
embargo, su estructura neurológica es menos densa, permitiendo que existan
entre ellas unas interconectividad mucho mayor, como se deduce de la mayor y
tardía mielinización observada (Bufill y Carbonell, 2004; Semendeferi et al.
2002). Estos estudios apuntan a que la superficie funcional del córtex del LPF
de los humanos es de un carácter alométrico cuantitativo (aumento
de la superficie funcional del córtex) y cualitativo (nuevas funciones
cognitivas de carácter emergente). Todo
aumento de musculatura o masa corporal conlleva un aumento de las áreas de
control motor y sensitivo, si la superficie cortical no aumenta en la misma
proporción es posible que el control motor se realice con una disminución de
las áreas asociativas, o que estas aumenten evolutivamente en menor proporción.
II. - Plasticidad
neuronal
Es la posibilidad de remodelación de las redes
neuronales (estructuración de las neuronas del córtex en forma de redes
funcionales muy complejas) en función de la experiencia vivida y sentida. Se
corresponde con una serie de procesos que pueden empezar en el embrión,
continuando con mucha mayor intensidad después del parto, perdurando durante
toda la vida del ser humano. En definitiva, es la estructuración neuronal que
será la base de los procesos de memoria y aprendizaje humano y, en
consecuencia, de su conducta. Podemos establecer los siguientes aspectos de
este proceso:
* Regeneración funcional. Dentro del
periodo crítico el cerebro presenta una característica de remodelación
funcional muy importante. Se ha podido ver como en el caso de lesiones del área
de Broca del hemisferio izquierdo, en las que es preciso su extirpación
quirúrgica, las funciones cognoscitivas que debían de desarrollarse en esta
zona cortical izquierda, son fácilmente desarrolladas en el área simétrica del
hemisferio derecho, adquiriendo de igual forma la capacidad del lenguaje. Esto
será siempre que ocurra en una edad temprana del desarrollo, sobre todo en la
infancia, pues la plasticidad neural que permite este proceso va desapareciendo paulatinamente con el
crecimiento del niño (Florez, et al.
1999).
* Muerte celular. Podemos confirmar una muerte celular programada,
basada en la competitividad neuronal de los estímulos recibidos. Los receptores
sensoriales por medio de su estimulación, crean nuevas redes neuronales y
refuerzan las ya utilizadas, eliminando las no usadas (neuronas en las primeras
fases de la vida, y sinapsis a lo largo de todos los periodos ontogénicos).
Las regiones cerebrales que no se estimulen en el
periodo del desarrollo a través del aprendizaje o de la simple estimulación
sensorial, degenerarán lentamente pudiendo perderse información almacenada en
tales redes neuronales. En muchas regiones del cerebro, el número de neuronas
sobrepasan en mucho a las que sobrevivirán más allá del período de desarrollo.
Existe una fase de muerte selectiva de células, que ocurre principalmente en el periodo de explosión sináptica al
inicio del desarrollo postnatal (Delgado, 1994).
III. - Mielinización
La maduración fisiológica cerebral puede seguirse,
aparte del propio desarrollo cognitivo,
con el fenómeno de mielinización de los circuitos neuronales. Consiste
en el recubrimiento de una sustancia grasosa inerte llamada mielina,
producto de las células de Schwann, con lo que se consigue una mejor
transmisión de los impulsos nerviosos y, en definitiva, una mejor actuación de
las redes neuronales cerebrales.
El proceso se inicia al final de la gestación,
continuando su producción hasta el final de la infancia. Es muy pobre en el
recién nacido, produciéndose una activación muy rápida hasta los 2-3 años
(Lenneberg, 1976), luego el proceso es más lento, con poca uniformidad y clara
relación con la madurez conductual. Este proceso tiene una secuencia temporal
ordenada en las distintas áreas cerebrales, siendo las sensoriales de
proyección primaria las primeras en mielinizarse, mientras que las últimas
serían las de asociación, sobre todo las terciarias (Eccles, 1992).
IV. -
Periodo crítico
Existe un periodo de tiempo en el cual
es posible que se desarrollen las funciones cognitivas humanas, pasado el mismo
es mucho más difícil o casi imposible realizarse y nunca en las mismas
condiciones que dentro del mismo. Durante este periodo las lesiones
neurales locales son fácilmente reemplazadas por otras áreas, logrando mejores
resultados cuanto más temprana sea la lesión neuronal. Su duración actualmente
se calcula dependiendo del diferente criterio de los autores, hasta los 12 años
en general, aunque para el lenguaje parece ser mucho menor (Delgado, 1994;
Pinillos, 1991).
En este
tiempo, ambos hemisferios tienen similares posibilidades generales de
desarrollar algunas funciones, aunque es siempre uno de ellos, el que madura
antes o mejor dotado funcionalmente, el que centra y desarrolla tal función
cognitiva. Hay autores que ven como el hemisferio izquierdo madura antes que el
derecho, al menos en animales (Miller, 1985), pudiendo ser ésta la causa de la
lateralización de las funciones que se inicien precozmente. Esta predisposición
neurológica o mayor maduración local, puede ser interpretada como una
predisposición innata para poder desarrollar tal función si se estimula
adecuadamente por medio de las aferencias externas (Miller, 1985).
Aunque
los datos neurológicos son conceptuados como una importante realidad
científica, son los estudios psicológicos los que más relacionan al cerebro con
la conducta humana. Sin embargo, la conexión de estas informaciones
(neurológicas y psicológicas) aún están poco desarrollada.
Se
han relacionado con importantes capacidades cognitivas muy importantes con la
conducta humana. Serían las funcionesejecutivas (FE) o conjunto de habilidades cognitivas de superior organización e
integración que, partiendo de ciertas capacidades cognitivas elementales,
permite la maximización de la eficacia conductual en un momento determinado, es
decir, de transformar el pensamiento en acción y de efectuar su control (Allegri y Harris, 2001; Barkley,
2001; Estévez-González, et al. 2000; Fuster, 2002; Jódar Vicente, 2004;
Kane y Engle, 2002; León-Carrión y Barroso, 1997). Las capacidades cognitivas
elementales sobre las que se basa son las siguientes (Rabbit, 1997; Roberts et
al. 1998; Stuss y Knight, 2002):
*
Planificación. Organización
de la acción para lograr una meta elegida. Establece un plan estratégicamente
organizado de secuencias de acción (motoras o cognitivas).
*
Flexibilidad. Capacidad
de elección entre distintas formas de actuación, cuando es necesario cambiar la
acción ante cambios de situación o de tarea.
*
Memoria de trabajo u operativa. Permite mantener
activada una cantidad limitada de información, la cual es necesaria para el
buen desarrollo de la acción en ese momento.
* Monitorización. Realiza la supervisión necesaria para la ejecución
adecuada y eficaz de los procedimientos en curso.
*
Inhibición. Produce
la interrupción de una determinada respuesta que generalmente ha sido
automatizada.
La
acción conjunta de todas ellas, más el resto de las capacidades cognitivas
humanas, van a hacer posible la conducta humana moderna, caracterizada por una importante rapidez o
flexibilidad en la adquisición y mejora de nuevas conductas, basándose en el dinamismo de las
actividades de exploración
y creatividad (iniciativa
motora, curiosidad e imaginación). Igualmente, posibilita la capacidad de abstracción y simbolismo,
elementos básicos para el desarrollo de un lenguaje simbólico, facilitando el control de la función motora del
lenguaje voluntario (área de Broca).
También
desarrolla y mantiene el comportamiento social y sexual, gracias al equilibrio
emocional (relación
LPF y sistema Límbico o cerebro emocional), autocrítica y control de la
personalidad. Por tanto, el LPF es donde se asienta
la base neurológica del sistema ejecutivo o centro de integración de la
actividad mental superior que controla y desarrolla conductas propias del ser
humano, por medio de las funciones ejecutivas y de las demás capacidades
cognitivas y emocionales que alberga. Así, su disminución
funcional (lesión, cirugía, etc.) tendría un efecto directo y, hasta cierto
límite, proporcional a la alteración de la conducta observada.
Teniendo
en cuenta toda esta información psicobiológica es fácil admitir la gran
importancia que debieron de tener las capacidades cognitivas relacionadas con
el LPF con el desarrollo cultural (tecnológico, simbólico y social) de las
poblaciones humanas. Así mismo, su diferente grado de capacidad funcional y su
consecuente mayor o menor posibilidad de desarrollo, pueden estar muy
relacionados con las diferencias conductuales que observamos en los
yacimientos.
La memoria de trabajo con la atención que activa selectivamente
la información necesaria para facilitar la acción del momento (Kane y Engle,
2002), sería la que facilitaría un pensamiento innovador y experimental a
nuestro linaje. Para comprender nuestra conducta, además de tener una memoria
de trabajo realzada, es necesario tener bien
desarrolladas las capacidades cognitivas primarias y la aparición de las
capacidades cognitivas emergentes.
Existen numerosos experimentos que
indican claramente como se produce una mayor estructuración neurológica,
manifestada por el aumento de sinapsis y de redes neuronales, si el desarrollo
se efectúa dentro de un medio rico en estímulos. Se comprueba de este modo como
las ratas criadas en un medio ambiente con abundantes estímulos sensoriales,
tienen una producción de sinapsis mucho más densa que las criadas en ambientes
pobres, adquiriendo además una mejor capacidad para enfrentarse a situaciones
de tensión o nuevas. Podríamos decir que la experiencia sensorial está íntimamente
relacionada con la proliferación de sinapsis y la consecuente creación de redes
neuronales, que parece ser la base neurológica sobre la que se asienta el
comportamiento (Delgado, 1994; Puelles, 1996).
La falta precoz y continuada de estimulación
sensorial externa adecuada, produce alteraciones importantes en los centros
corticales receptores de las mismas. Así podemos comprobarlo al apreciar como
en los ciegos de nacimiento, por causa de alteraciones en el globo ocular o por
mecanismos traumáticos (como es el caso de experimentación en animales), se
produce un subdesarrollo del córtex primario occipital, receptor de los
estímulos visuales (Delgado, 1994).
Estos datos nos
permiten comprender, de una forma somera, la importancia del medio ambiente en
el desarrollo de las cualidades fisiológicas y cognitivas del ser humano que, a
través de los receptores sensoriales, va a modular el desarrollo del sistema
nervioso central.
El lenguaje es el
medio por el cual aprendemos todos los conceptos abstractos (conceptos sobre la
individualidad, el tiempo, el espacio, la negación, religión, arte, etc.) que
nuestra sociedad haya podido ir creando a lo largo de su desarrollo. El
lenguaje es el medio por el cual el niño, de una manera rápida, guiada y
ordenada, adquiere ese conjunto de abstracciones fundamentales en nuestro medio
social. Igualmente, dotamos a nuestro pensamiento de una herramienta
fundamental para poder desarrollar las capacidades cognitivas que nos
caracterizan (lenguaje interno). El niño, al ir asimilando las abstracciones
que aprende por medio del lenguaje que escucha de la sociedad en la que vive,
dentro de su periodo
crítico de maduración neurológica, organiza su sistema nervioso en
función de las cualidades que tales abstracciones le ofrecen (Belinchón et al. 1992; Vygotsky, 1920). Hay que
añadir que los aspectos racionales tienen un proceso emocional íntimamente
ligado de ellos. Cualquier proceso cognitivo tiene asociada una correlación
emocional (Ardila y Ostrosky-Solís, 2008).
Con la influencia de
los estímulos externos se produce la adquisición
e interiorización del simbolismo del lenguaje, facilitando el desarrollo funcional del
pensamiento (lenguaje interno). Este
proceso, cuando adquiere las características precisas, faculta el desarrollo de
los procesos cognitivos de
características emergentes o exaptativas, entre
las que destaca por su importancia la autoconciencia
y el simbolismo. La
unión funcional de todos estos procesos van a dar lugar a un importante cambio conductual, tanto
en el simbolismo de sus actos como en el control de los mismos.
Las características
neurológicas que nuestro cerebro ha logrado por medio de la evolución
neurológica, encajan perfectamente con las cualidades psicológicas que
posibilitan la conducta humana. La gran inmadurez neurológica con la que
nacemos ofrece la posibilidad de una maduración y estructuración posterior al
nacimiento y, por tanto, muy relacionada con la cantidad y cualidad de los
estímulos que recibamos del medio ambiente. Así, durante la infancia, juventud
y madurez del ser humano se van a producir una serie de interrelaciones entre
sus características
neurológicas y los estímulos externos de todo tipo (sociales,
psicológicos, lingüísticos etc.). La consecuencia de tales hechos va a tener
una gran trascendencia, como sería trasformar el aumento cuantitativo de las áreas corticales
asociativas (logrado por la evolución) en módulos funcionales por medio de una estructuración
cualitativa, lo que daría
lugar a las emergencias
cognitivas. Las sociedades humanas, como creadoras de todas las
estructuras socioculturales y de todos los componentes abstractos y simbólicos
del lenguaje, son las responsables del desarrollo cognitivo de los recién
nacidos. Sin embargo, al producirse de una forma casi imperceptible gracias a
su alta capacidad de asimilación y/o aprendizaje que presenta nuestra especie,
parece más una manifestación innata que una reorganización psicobiológica
dependiente de las características del medio en el que se desarrolla.
Con ello, se produce
un desarrollo cognitivo moderno, donde el pensamiento humano estaría organizado
por las propias características del lenguaje (en la forma con el lenguaje interno, y en
el fondo con el simbolismo que pueda
llevar). Así, es
capaz de seguir creando un mundo
simbólico, de ofrecer soluciones nuevas a los problemas cotidianos por
medio de las modificaciones sustanciales de su conducta. Se producirían los
aspectos culturales modernos, es decir, el desarrollo de una conducta simbólica, y la
creación de las formas
culturales propias de un mundo moderno.
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