El término de
exaptación proviene de la Biología evolutiva con un significado preciso pero a
la vez ambiguo. Se conoce como exaptación a la estructura de un
organismo que evoluciona originalmente como un rasgo que provee adaptación en
unas determinadas condiciones. Con posterioridad, y una vez que ya está
consolidada (generalmente, varios millones de años después) comienza a ser
utilizado y perfeccionado para otra finalidad, en ocasiones no relacionada en
absoluto con su "propósito"
original. Al analizar la conducta en la prehistoria vemos que la neuroevolución
no parece estar encaminada a la creación de las altas capacidades cognitivas
que configuran nuestra conducta (lenguaje, escritura, simbolismos de todo tipo,
etc.), pero sí para la recogida y procesamiento del la información que se puede
adquirir de la observación del medio ambiente, lo que nos pone en el camino de
los conceptos evolutivos de la exaptación
(Gould y Lewontin, 1984; Schlaug et al. 1994), pero dentro de los
parámetros de la cognición humana.
La Arqueología ha seguido las formas más tradicionales del darwinismo, es decir, cualquier mutación que produzca un cambio anatómico debe de ser promovido o conservado por la selección natural, al tener una mejora conductual o, por lo menos, ser en principio neutro. Así, en cada cambio anatómico o conductual siempre se buscan las ventajas que pudieron favorecer su perduración. Puede que uno de sus principales inconvenientes de esta forma de ver a la evolución es el carácter independiente de cada uno de estos cambios genéticos, ofreciendo un panorama teórico de múltiples mutaciones que no se corresponde con los datos actuales de la genética humana evolutiva (Psicología en Arqueología). Pero tal explicación es muy cómoda, todo el mundo la entiende, se puede explicar en pocos minutos y parece que con ella todos estaríamos contentos y satisfechos. El problema puede ser que tal explicación, que en líneas generales y sin profundizar mucho es cierta, no explica toda la realidad que en la actualidad se está conociendo.
En los intentos de establecer una correlación entre las capacidades cognitivas humanas y los datos arqueológicos (conducta), Colin Renfrew descubre lo que ha denominado como sapient paradox. Conocemos que la base biológica de nuestra especie se estableció hace más de 100.000 años, mientras que las primeras muestras arqueológicas de un comportamiento sabio (simbólico y complejo) no aparecen hasta fechas que sitúa sobre el 60.000 BP (p.e. en África en Bomblos), pero las conductas propias de nuestro sabio cerebro no se establecieron hasta mucho después de forma definitiva hasta el inicio del Paleolítico superior (40.000 BP. en Europa). Con estas consideraciones arqueológicas las conductas con un complejo simbolismo (religión, lenguaje, arte, etc.) se ven más como trayectorias de un desarrollo cultural que como consecuencia de una innata capacidad biológica producida por una específica mutación.
Hay que pensar que los cambios conductuales que se aprecian
en el inicio de las culturas del Paleolítico superior puedan considerarse como
fenómenos de exaptación cognitiva, es decir, la evolución neurológica comienza
a ser utilizada para otras finalidades, que no parecían en absoluto ser la
finalidad de los primeros cambios neuroevolutivos. Por mucho que le demos
vueltas, cuando el cerebro humano alcanzó las características anatómicas y
fisiológicas modernas (inicio del Homo
sapiens) se puede discutir hasta la saciedad si fue creado para tener un
lenguaje, pero no puede admitirse que evolucionó para desarrollar el simbolismo
general (escritura, religioso, matemático o numérico, social, cultural, etc.).
Todas estas cosas son las que hemos denominado como emergencias
conductuales o cognitivas (Renfrew, 2008). Su desarrollo depende de las características cognitivas
humanas (evolucionadas como potencialidades a desarrollar) y del medio ambiente
en el que se va a vivir, lo que se ha estudiado como nicho: los nichos ecológicos (Tomasello,
1999), cognitivo (Pinker, 2010), cultural (Boyd et al. 2011) o cognitivo-cultural
(Rivera y Menéndez, 2011).
- BOYD,
R.; RICHERSON, P. J. y HENRICH, J. (2011): “The cultural niche: Why social
learning is essential for human adaptation” PNAS 108 suppl 2: 10918-10925.
- Gould,
S. J. y Lewontin, R. C. (1984): “The spandrels of San Marco and the Panglossian
paradigm: A critique of the adaptationist programme”, pp. 252-270. En E. Sober
(ed.), Conceptual Issues in Evolutionary Biology: An Anthology. Bradford
Book. Cambridge (Mass.).
- PINKER, S. (2010): “The cognitive niche: Coevolution of intelligence,
sociality, and language”. Proceedings of the National Academy
of Sciences,
vol. 107, suppl. 2: 8993–8999.
- RIVERA, A. y MENÉNDEZ, M. (2011): “Las conductas simbólicas en el
Paleolítico. Unintento de comprensión y análisis desde el estructuralismo funcional”. Espacio,Tiempo y Forma, Nueva temporada, 4.
- TOMASELLO, M. (1999): The Cultural Origins of Human Cognition. Harvard University Press.
- Schlaug
G.; Knorr, U. y Seitz R. J. (1994): Inter-subject variability of cerebral
activations in acquiring a motor skill. A study with positron emission
tomography. Experimental Brain Research, 98: 523-534.